Nadie es grande para su enano
Mi nombre es Unur, un historiador fantástico que ha dedicado su vida entera a la búsqueda de criaturas fabulosas, mágicas e imaginarias; prodigios bestiales, algunos carentes de conciencia sin embargo su estatus ontológico los hace parecer dignos derechos legales. Aunque la mayoría es casi incapaz de sostener una conversación racional provocan en mí un éxtasis casi comparable con una experiencia mística. Esto me inclina a adentrarme cada vez a un mundo mágico, tal vez monstruoso, lleno de ciencia, creencias medievales, imágenes y fantasías, hogar de todas aquellas criaturas que parecerían incomprensibles para una mente poco atenta, carente de sorprendimiento.
Precisamente esta extraña inclinación mía fue la que me condujo a una ciudad poco colorida, cuya única característica de tan siniestra localidad es que hace envejecer a la gente, los vuelve bellos durmientes que deambulan por las calles inspirando a los viajantes sueños atroces.
Justamente mientras observaba y seguía muy de cerca a uno de sus extraños moradores, cuya apariencia era casi semejante a la humana, tropecé intempestivamente con algo parecido a una ermita. Me adentré en su interior; a lo lejos fui capaz de divisar una extraña figura encorvada que se movía lentamente. Conforme me fui acercando me di cuenta que se trataba de una vieja tejedora de historias populares. Se ganaba la vida vendiendo los relatos que durante años historiadores, filósofos, literatos, poetas y trovadores le compartían a cambio de nuevas historias, reales o inventadas. Yo no fui la excepción; saqué de mi bolsillo izquierdo un par de fábulas de río, dos sistemas filosóficos y una tesis de maestría que hablaba sobre el sujeto. A cambio ella me entregó un montón de hojas sueltas, enmohecidas y descoloridas por el tiempo.
Salí de aquel húmedo lugar, tan ansioso por tener aquel preciado tesoro que sentí casi desmayarme. A unos cuantos metros se encontraban las ruinas de algo que parecía haber sido un síndrome de amor, me senté en uno de los escalones de aquella rara edificación bajo la sombra de una galera que había crecido sin permiso en el lado izquierdo de aquel derruido constructo y comencé a leer algo parecido a un diario propiedad de lo que hoy puedo llamar un humano fantástico.
No podía dejar de leer ¿qué extraño poeta seductor se encontraba entre las páginas? Tal vez era el contacto con el propio texto y lo contenido en él lo que fue capaz de sorprender mi frío entendimiento ante la deserción de un ser humano, o bien la representación de los seres más extraños: monstruos majestuosos que bajo la piel de humanos se hacen presentes y que nadie ha visto pero que sí se ha imaginado, lo que me hizo sentir, al igual que el autor, esa fascinación por aquellas imágenes espantosas cuyo recuerdo aún me persigue, así como las preguntas contenidas en aquellas pálidas páginas que, aunque ya dejadas en la dimensión del recuerdo, continúan taladrando mi cabeza.
¿Cómo la imaginación puede ocuparse de semejantes monstruos? ¿acaso es una necesidad interior la que nos hace sentirnos atraídos por lo que justamente existe, por lo que se muestra y se mira en la naturaleza? Tal vez porque somos seres tan equilibrados es que nos complacemos con concebir cosas tan horribles.
Antes de seguir adelante he de confesar que la criatura autora de dichas páginas proviene de lo que el mismo llama una raza milenaria. A diferencia de su prole se considera inteligente, con capacidad de habla y reacciones bestiales que hacen palidecer al más supremo de los imperativos categóricos. Su figura es diminuta, humana, grotesca por dentro y por fuera, carente de un carácter bufonesco, nunca se ríe, tiene una lengua mordaz y se presenta desde la primer hoja como es, sin afearse o embellecerse. Es quieto y reservado, un buen guardador de secretos, una criatura humana creada deliberadamente por Dios según su designio y no la confusión genética provocada por la presencia de un agente patógeno en las primeras semanas de gestación en el vientre de una madre sustituta. Esta criatura, mal llamada anómala, se ubica más allá de los artificios y nomenclaturas verbales o nominales. Posee tu nombre, el mío, sin haberlo leído lo conoces, se encuentra a la vuelta del sueño, en lo no imaginado, oculto en tu reflejo, en el mío, en tu propio rostro, en mi rostro, es capaz de atemorizar a cualquier ser poseedor de razón, aunque un perro lo querría.
Como historiador y buscador de seres de su especio he de decir que aunque su naturaleza es humana, su origen es fantástico. “Nosotros, -nos lo dice- no tenemos patria, ni padre, ni madre. Somos engendrados por extraños sean los que fueren y nacemos en secreto, entre lo más miserable para que nuestra raza no desaparezca”.
A través de sus palabras descubrí que el placer máximo que he encontrado en mi existencia no es el de la compañía, aunque vaya con nosotros a todos lados, sino el de ser odiado. Su parecido con cada uno de nosotros es inmenso, aunque es más pequeño. No se confundan, no es el niño que llevamos dentro pues es totalmente diferente, es todo lo contrario a un niño; ha nacido viejo, su rostro está lleno de arrugas y su mirada es fría, llena de experiencia milenaria; posee una voz baja y profunda, odia el amor que se prodigan los seres humanos y quisiera verlos arder en las llamas del infierno. Odia tanto la naturaleza humana porque la conoce. Solo alguien que tenga tal conocimiento puede hacerlo.
“Todos esos seres que llevan nombres y que me llenan de asco ¿para qué existirán? ¿para qué gozan, ríen y aman y toman orgullosamente posesión de la tierra? ¿por qué existen esos hipócritas, esos charlatanes, esos seres lascivos y desvergonzados cuyas virtudes son peores que sus vicios?”.
Ahora bien, y siguiendo mi descripción de tan fascinante ser, debo advertirles que aunque es posible tropezar con él y con aquello que ha originado su apariencia, ya sea un libro de genética o bien algún bestiario, él se muestra fidedignamente a nuestros más comunes hábitos. Al igual que nosotros es un ser de idea conciente, su existencia se ubica entre lo normal, lo infame y lo anormal, entre lo monstruoso y lo bestial. En el fondo es una persona humana que proyecta sus andanzas en nuestra propia naturaleza, ama y odia, tiene esperanza y siente miedo. Es un ser ético con constante tensión que se mueve a ratos entre la fealdad y la belleza como cualquiera de los aquí presentes. Es una mezcla de imaginación, malestar y mala voluntad, verdad y fantasía, es lo que se muestra por debajo de las mentiras, lo que no se puede ocultar bajo un maquillaje perfecto, una ceja depilada, el aroma de un perfume caro o la perfecta combinación de pantalones y camisa. Es un ser que no queremos ver, pero que en cada acción salta a la vista como aquel amor, que aunque prohibido, no puede ocultarse. Es como la verdad que se escapa de los labios cuando ya no puede ser contenida y que sin embargo tiene que callarse para no ser destruida. Es esa enemistad que irrita y de la cual nadie puede liberarse.
Durante mi lectura me encontré con los siguientes cuestionamientos: ¿es alguien monstruoso el ser humano y hay que regocijarse por ello? O ¿es algo despojado de esperanza y desprovisto de sentido? ¿cómo responder? Tales preguntas me han llenado de espanto e inclinado a la reflexión y siento un gran temor hacia lo que podría llegarse, ante lo que ya soy.
El autor de aquel relato se ha metido en mi mente como un monstruo cortesano, dentro de los cánones tanto éticos como estéticos. No puedo sentir alivio que no sea como él, pues se encuentra adentro, se mueve en mi interior. Soy como aquel hombre que buscando a Dios se encontró a sí mismo, con la única diferencia de que yo, me encontré de frente con el mal moral, con una mueca siniestra y perversa que sin palabras ni explicaciones se muestra con su perfecta y simétrica corporeidad como si yo fuera normal.
A pesar de estar fascinado y casi embrujado por el contenido de aquel relato he de confesar, no sin temor, que al estar sentado frente a aquellas páginas sentí como si estuviera sentado frente a mí mismo, desnudándome, sólo mi conciencia y yo; eso algo más: mi propio enano.
A lo largo de la lectura no podía dejar de pensar en qué extraña deformidad se podía esconder dentro de mí, más allá de lo genético y de mi propia moralidad. Me sentí como un extranjero en mi propia naturaleza. Después de leer tan soberbias palabras sentí odiarme a mí mismo y a los de mi especie, del mismo modo, el sentimiento funesto de que algo terrible y funesto se movía dentro de mí se hacía cada vez más presente. Escuché el eco de mi propia naturaleza. Descubrí que lo que cada uno teme es el silencio y desde aquel momento el enano se me revela cada noche pues se hace presente como una pesadilla necesaria capaz de subirse a mi techo y mostrarme, no sólo en sueños, mi propia atrocidad.
Nadie puede pasar mucho tiempo sin que su enano se le haga presente, él lo sabe bien. Para él todos los seres humanos fingen y tratan de culpar a otros por sus propias acciones. Es cierto. ¿Pues cómo algo podría ser tan pequeño? Pero será mejor que él se los diga.
“Creen que yo soy la causa de sus preocupaciones, mas lo que en realidad los asusta es el enano que levan dentro. La criatura humana de rostro simiesco que sabe asomar la cabeza desde las profundidades del alma. Se asustan porque ven que llevan otro ser dentro de ellos mismos, se espantan al ver surgir a la superficie a ese desconocido con quien les parece no tener nada en común con su verdadera vida”.
Una vez que finalicé la lectura de aquel viejo manuscrito, y sin volver a la ermita, decidí abandonar aquella oscura ciudad antes de que sus efectos de envejecimiento me impidieran dar un paso más hacia delante, un paso más hacia la lectura de la noche.
La imagen de ese ser me perseguía, pero lo dejaré que se describa a partir de sus propias palabras de enano. “Mi estatura es de 65 centímetros, estoy bien conformado con las proporciones correspondientes aunque tengo la cabeza un poco más grande, el pelo no es negro como los demás, sino colorado y echado hacia atrás de las sienes y con una frente que más impresiona por lo ancha que por lo alta. Soy lampiño, pero fuera de eso mi rostro es como el de cualquiera. Las cejas son espesas, mi fuerza física es considerable, especialmente si me enfurezco”.
Este es un humano fantástico que ahora saben en dónde encontrarlo. Si eres un lector atento, te darás cuenta de lo que te digo, de la invitación que te hago. Soy Unur, un historiador fantástico que ahora se retira con su enano dentro.
Precisamente esta extraña inclinación mía fue la que me condujo a una ciudad poco colorida, cuya única característica de tan siniestra localidad es que hace envejecer a la gente, los vuelve bellos durmientes que deambulan por las calles inspirando a los viajantes sueños atroces.
Justamente mientras observaba y seguía muy de cerca a uno de sus extraños moradores, cuya apariencia era casi semejante a la humana, tropecé intempestivamente con algo parecido a una ermita. Me adentré en su interior; a lo lejos fui capaz de divisar una extraña figura encorvada que se movía lentamente. Conforme me fui acercando me di cuenta que se trataba de una vieja tejedora de historias populares. Se ganaba la vida vendiendo los relatos que durante años historiadores, filósofos, literatos, poetas y trovadores le compartían a cambio de nuevas historias, reales o inventadas. Yo no fui la excepción; saqué de mi bolsillo izquierdo un par de fábulas de río, dos sistemas filosóficos y una tesis de maestría que hablaba sobre el sujeto. A cambio ella me entregó un montón de hojas sueltas, enmohecidas y descoloridas por el tiempo.
Salí de aquel húmedo lugar, tan ansioso por tener aquel preciado tesoro que sentí casi desmayarme. A unos cuantos metros se encontraban las ruinas de algo que parecía haber sido un síndrome de amor, me senté en uno de los escalones de aquella rara edificación bajo la sombra de una galera que había crecido sin permiso en el lado izquierdo de aquel derruido constructo y comencé a leer algo parecido a un diario propiedad de lo que hoy puedo llamar un humano fantástico.
No podía dejar de leer ¿qué extraño poeta seductor se encontraba entre las páginas? Tal vez era el contacto con el propio texto y lo contenido en él lo que fue capaz de sorprender mi frío entendimiento ante la deserción de un ser humano, o bien la representación de los seres más extraños: monstruos majestuosos que bajo la piel de humanos se hacen presentes y que nadie ha visto pero que sí se ha imaginado, lo que me hizo sentir, al igual que el autor, esa fascinación por aquellas imágenes espantosas cuyo recuerdo aún me persigue, así como las preguntas contenidas en aquellas pálidas páginas que, aunque ya dejadas en la dimensión del recuerdo, continúan taladrando mi cabeza.
¿Cómo la imaginación puede ocuparse de semejantes monstruos? ¿acaso es una necesidad interior la que nos hace sentirnos atraídos por lo que justamente existe, por lo que se muestra y se mira en la naturaleza? Tal vez porque somos seres tan equilibrados es que nos complacemos con concebir cosas tan horribles.
Antes de seguir adelante he de confesar que la criatura autora de dichas páginas proviene de lo que el mismo llama una raza milenaria. A diferencia de su prole se considera inteligente, con capacidad de habla y reacciones bestiales que hacen palidecer al más supremo de los imperativos categóricos. Su figura es diminuta, humana, grotesca por dentro y por fuera, carente de un carácter bufonesco, nunca se ríe, tiene una lengua mordaz y se presenta desde la primer hoja como es, sin afearse o embellecerse. Es quieto y reservado, un buen guardador de secretos, una criatura humana creada deliberadamente por Dios según su designio y no la confusión genética provocada por la presencia de un agente patógeno en las primeras semanas de gestación en el vientre de una madre sustituta. Esta criatura, mal llamada anómala, se ubica más allá de los artificios y nomenclaturas verbales o nominales. Posee tu nombre, el mío, sin haberlo leído lo conoces, se encuentra a la vuelta del sueño, en lo no imaginado, oculto en tu reflejo, en el mío, en tu propio rostro, en mi rostro, es capaz de atemorizar a cualquier ser poseedor de razón, aunque un perro lo querría.
Como historiador y buscador de seres de su especio he de decir que aunque su naturaleza es humana, su origen es fantástico. “Nosotros, -nos lo dice- no tenemos patria, ni padre, ni madre. Somos engendrados por extraños sean los que fueren y nacemos en secreto, entre lo más miserable para que nuestra raza no desaparezca”.
A través de sus palabras descubrí que el placer máximo que he encontrado en mi existencia no es el de la compañía, aunque vaya con nosotros a todos lados, sino el de ser odiado. Su parecido con cada uno de nosotros es inmenso, aunque es más pequeño. No se confundan, no es el niño que llevamos dentro pues es totalmente diferente, es todo lo contrario a un niño; ha nacido viejo, su rostro está lleno de arrugas y su mirada es fría, llena de experiencia milenaria; posee una voz baja y profunda, odia el amor que se prodigan los seres humanos y quisiera verlos arder en las llamas del infierno. Odia tanto la naturaleza humana porque la conoce. Solo alguien que tenga tal conocimiento puede hacerlo.
“Todos esos seres que llevan nombres y que me llenan de asco ¿para qué existirán? ¿para qué gozan, ríen y aman y toman orgullosamente posesión de la tierra? ¿por qué existen esos hipócritas, esos charlatanes, esos seres lascivos y desvergonzados cuyas virtudes son peores que sus vicios?”.
Ahora bien, y siguiendo mi descripción de tan fascinante ser, debo advertirles que aunque es posible tropezar con él y con aquello que ha originado su apariencia, ya sea un libro de genética o bien algún bestiario, él se muestra fidedignamente a nuestros más comunes hábitos. Al igual que nosotros es un ser de idea conciente, su existencia se ubica entre lo normal, lo infame y lo anormal, entre lo monstruoso y lo bestial. En el fondo es una persona humana que proyecta sus andanzas en nuestra propia naturaleza, ama y odia, tiene esperanza y siente miedo. Es un ser ético con constante tensión que se mueve a ratos entre la fealdad y la belleza como cualquiera de los aquí presentes. Es una mezcla de imaginación, malestar y mala voluntad, verdad y fantasía, es lo que se muestra por debajo de las mentiras, lo que no se puede ocultar bajo un maquillaje perfecto, una ceja depilada, el aroma de un perfume caro o la perfecta combinación de pantalones y camisa. Es un ser que no queremos ver, pero que en cada acción salta a la vista como aquel amor, que aunque prohibido, no puede ocultarse. Es como la verdad que se escapa de los labios cuando ya no puede ser contenida y que sin embargo tiene que callarse para no ser destruida. Es esa enemistad que irrita y de la cual nadie puede liberarse.
Durante mi lectura me encontré con los siguientes cuestionamientos: ¿es alguien monstruoso el ser humano y hay que regocijarse por ello? O ¿es algo despojado de esperanza y desprovisto de sentido? ¿cómo responder? Tales preguntas me han llenado de espanto e inclinado a la reflexión y siento un gran temor hacia lo que podría llegarse, ante lo que ya soy.
El autor de aquel relato se ha metido en mi mente como un monstruo cortesano, dentro de los cánones tanto éticos como estéticos. No puedo sentir alivio que no sea como él, pues se encuentra adentro, se mueve en mi interior. Soy como aquel hombre que buscando a Dios se encontró a sí mismo, con la única diferencia de que yo, me encontré de frente con el mal moral, con una mueca siniestra y perversa que sin palabras ni explicaciones se muestra con su perfecta y simétrica corporeidad como si yo fuera normal.
A pesar de estar fascinado y casi embrujado por el contenido de aquel relato he de confesar, no sin temor, que al estar sentado frente a aquellas páginas sentí como si estuviera sentado frente a mí mismo, desnudándome, sólo mi conciencia y yo; eso algo más: mi propio enano.
A lo largo de la lectura no podía dejar de pensar en qué extraña deformidad se podía esconder dentro de mí, más allá de lo genético y de mi propia moralidad. Me sentí como un extranjero en mi propia naturaleza. Después de leer tan soberbias palabras sentí odiarme a mí mismo y a los de mi especie, del mismo modo, el sentimiento funesto de que algo terrible y funesto se movía dentro de mí se hacía cada vez más presente. Escuché el eco de mi propia naturaleza. Descubrí que lo que cada uno teme es el silencio y desde aquel momento el enano se me revela cada noche pues se hace presente como una pesadilla necesaria capaz de subirse a mi techo y mostrarme, no sólo en sueños, mi propia atrocidad.
Nadie puede pasar mucho tiempo sin que su enano se le haga presente, él lo sabe bien. Para él todos los seres humanos fingen y tratan de culpar a otros por sus propias acciones. Es cierto. ¿Pues cómo algo podría ser tan pequeño? Pero será mejor que él se los diga.
“Creen que yo soy la causa de sus preocupaciones, mas lo que en realidad los asusta es el enano que levan dentro. La criatura humana de rostro simiesco que sabe asomar la cabeza desde las profundidades del alma. Se asustan porque ven que llevan otro ser dentro de ellos mismos, se espantan al ver surgir a la superficie a ese desconocido con quien les parece no tener nada en común con su verdadera vida”.
Una vez que finalicé la lectura de aquel viejo manuscrito, y sin volver a la ermita, decidí abandonar aquella oscura ciudad antes de que sus efectos de envejecimiento me impidieran dar un paso más hacia delante, un paso más hacia la lectura de la noche.
La imagen de ese ser me perseguía, pero lo dejaré que se describa a partir de sus propias palabras de enano. “Mi estatura es de 65 centímetros, estoy bien conformado con las proporciones correspondientes aunque tengo la cabeza un poco más grande, el pelo no es negro como los demás, sino colorado y echado hacia atrás de las sienes y con una frente que más impresiona por lo ancha que por lo alta. Soy lampiño, pero fuera de eso mi rostro es como el de cualquiera. Las cejas son espesas, mi fuerza física es considerable, especialmente si me enfurezco”.
Este es un humano fantástico que ahora saben en dónde encontrarlo. Si eres un lector atento, te darás cuenta de lo que te digo, de la invitación que te hago. Soy Unur, un historiador fantástico que ahora se retira con su enano dentro.
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